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Mi primera vez viajando sola – Glasgow

Podría resumir este viaje de muchas maneras. Por ejemplo, podría decir que fue una escapada de dos días que terminó siendo un viaje de una semana. También podría señalar cómo un viaje que iba ser muy económico terminó no siéndolo tanto. Aún así, me quedaría corta, ya que este viaje fue muchísimo más que eso. Como me hace mucha ilusión compartir esta historia con vosotros, os lo voy a contar de principio a fin.

Contenido de este post

Viaje inicial: lunes 6:55h – miércoles 9:25

Cada vez que me preguntaron qué hacía en Glasgow mi respuesta fue siempre la misma: «me apetecía hacer una escapada yo sola y los vuelos más baratos que encontré fueron a esta ciudad«. Sí, esa era mi intención con este viaje, pasar un par de días en una ciudad desconocida, disfrutando de ella a mi ritmo.

Puse unas fechas en el buscador de vuelos y en cuanto vi la página de resultados, supe que no podía dejar pasar estar oportunidad. Nunca había estado en Escocia y los vuelos estaban tan solo a 20 euros ida y vuelta. «¡Vaya chollo!», pensé.

El domingo por la noche, puse el despertador para las 4:20h y me fui a dormir con muchos nervios e ilusión. Mi vuelo salía de Madrid el lunes a las 6:55h. Me esperaba un buen madrugón pero cuando hay un viaje por delante, ¿a quién le importa madrugar? Llegué a Glasgow sobre las 9 de la mañana, cogí el shuttle bus al centro de la ciudad y desde ahí cogí el metro hasta la parada más cercana a mi albergue. Me alojé en el Glasgow Youth Hostel.

Fueron dos días muy entretenidos, en los que exploré Glasgow por mi cuenta, pero en los que también compartí algunos momentos con personas que conocí en la habitación, en especial con dos chicas finlandesas.

Tuve tiempo de pasear por el centro, admirar el arte urbano, visitar la Catedral y la Necrópolis de Glasgow, ir a los jardines botánicos, alucinar con la Universidad de Glasgow, disfrutar en el Museo Kelvingrove, ver la ciudad desde las alturas en The Lighthouse, pasear por George Square, ver Ashton Lane, caminar a orillas del río Clyde, etc.

Como podéis ver, en 2 días tuve tiempo para hacer muchas cosas. Por cierto, según la app de salud de mi móvil caminé 34,2 kilómetros entre el lunes y el martes. No me extraña que mis pies estuvieran tan doloridos.

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Mi viaje a Glasgow

La experiencia de hacer un viaje yo sola me había gustado mucho. Disfruté de la libertad que la situación me brindaba para decidir yo sola en todo momento qué hacer. La mejor parte fue que, al estar sola, entablaba conversación con mucha gente que también lo estaba en el albergue, lo que fue una ocasión perfecta para hacer nuevos amigos y aprender de otras culturas.

Primer vuelo cancelado

El miércoles por la mañana tenía mi vuelo de vuelta a casa. Cuando salí del albergue con mi maleta me quedé boquiabierta. La ciudad estaba cubierta de un denso manto blanco. Había nevado durante toda la noche. Era precioso. En la foto podéis ver cómo estaba todo.

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Fui hasta la parada de metro como pude, arrastrando mi maleta de ruedas sobre la nieve. En ese momento me arrepentí de no haber viajado con mi mochila. En el centro tenía que coger el shuttle bus al aeropuerto. Tardamos muchísimo en llegar, ya que algunas carreteras ya estaban cortadas y se habían formado atascos.

De hecho, si mi vuelo hubiese salido a la hora (9:25h) creo que no lo hubiese conseguido. Nada más llegar al aeropuerto pregunté a una trabajadora información sobre mi vuelo. Me dijo que se había atrasado unos minutos y me tranquilicé.

Una vez pasé control, me senté a esperar frente a un panel… El vuelo se atrasaba cada vez más: primero a las 10:30, luego 11:20, 12, 12:40… Hasta que lo que todos nos temíamos ocurrió: VUELO CANCELADO. Pregunté a un trabajador que qué tenía que hacer ahora. Me indicó la salida y me dijo que fuera al stand de Ryanair. Menos mal que me di prisa porque cuando llegué había poca gente pero unos minutos más tarde la fila era larguísima.

Ahí me dieron otra mala noticia: el próximo vuelo a Madrid salía el sábado. Pregunté por el siguiente vuelo a cualquier punto de España y me dijeron que había uno al día siguiente, ya jueves, a Málaga. Me señalaron un número de teléfono al que tenía que llamar. Después de esperar varios minutos a que me atendieran la llamada y hablar con Ryanair, ya tenía mi vuelo a Málaga para el día siguiente.

La verdad es que la primera cancelación de vuelo no me la tomé nada mal. Reservé otra noche en el albergue en el que me había alojado y volví. Llegar hasta el albergue fue toda una odisea. No paraba de nevar y tenía que subir unas cuestas enormes con mi maleta. Pero lo conseguí.

Me asignaron una habitación diferente. De todas formas, no pasaba nada ya que mis amigas finlandesas se habían marchado. La habitación nueva estaba en el tercer piso. Aunque fue un fastidio subir por las escaleras con la maleta con lo cansada que estaba, cuando llegué a la habitación, aluciné con las vistas.

Justo enfrente del albergue se encuentra el parque Kelvingrove. Muchísima gente había salido a este parque a jugar con la nieve y a deslizarse por las numerosas laderas. No me lo pensé dos veces. Me volví a abrigar y fui directa al parque.

Una vez en el parque me acerqué a un grupo de estudiantes y con un «Hello, I am by myself. Can I join you?» me acoplé a este grupo de amigos que había salido al parque a jugar con la nieve. Curiosamente había un par de españoles entre ellos, uno de ellos estaba estudiando en Glasgow.

Ahí pasé un par de horas, viendo cómo la gente se metía leches deslizando sobre cualquier cosa: bandejas, skates, bolsas de plástico, etc.  Incluso me enseñaron un vídeo de dos personas intentando bajar con una canoa… Fue muy divertido. También intentamos hacer un muñeco de nieve, que por cierto, es más difícil de lo que recordaba.

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Ya no podía más con el frío, así que subí de nuevo a la habitación. Ahí conocí a mi única compañera de cuarto por el momento, Deborah, una mujer inglesa que estaba estudiando el origen de su apellido y que decía que era posible que fuera familia de Robin Hood. Compartimos un momento muy bonito, observando a la gente jugar en el parque desde nuestro tercer piso.

Parecía una estampa de los viejos tiempos, cuando la gente se reunía sin ni siquiera acordar nada, cuando la gente miraba a su alrededor en todo momento en vez de mirar hacia la pantalla del móvil, cuando la gente disfrutaba del instante presente. Observar esto hizo que me emocionara y varias lágrimas navegaron desde mis ojos hasta la parte inferior de mi cara.

Más tarde llegó una chica alemana, Vanessa, que se encontraba en Glasgow de paso, ya que ella tenía que bajar a un pueblo del sur de Escocia, donde iba a trabajar en un albergue. Más tarde fueron llegando más compañeras a la habitación: Anika, de Bélgica; Denise, de Austria; Sabrina, de Brasil; y Céline, de Francia. El miércoles no volví a salir del albergue, me quedé dando vueltas por las zonas comunes y hablando con unos y con otros.

Segundo vuelo cancelado

Llegó el jueves, día en el que volaba a Málaga sobre las 18:50h de la tarde. Leí la noticia de que el aeropuerto de Glasgow se había cerrado hasta las 15h. Tenía esperanza en que todo funcionara por la tarde y que así yo pudiese salir de Glasgow ese mismo día. Al mediodía decidí ir al centro para comer algo y esperar en algún sitio nuevas noticias de mi vuelo.

La ciudad estaba casi vacía. Era increíble. Eso sí, muchos fotógrafos que no querían dejar pasar esta ocasión habían salido a la ciudad a sacar fotos. También me sorprendió cómo muchos restaurantes estaban cerrados. La ciudad se había colapsado. Carreteras cortadas, autobuses sin funcionar, etc.

Entré a un Pret A Manger (uno de los pocos establecimientos que estaban abiertos). Mientras que me comía un wrap, actualizaba la página de Ryanair una y otra vez para ver la información de mi vuelo. En una de esas actualizaciones, volvió a pasar… VUELO CANCELADO. Éste fue el peor momento del viaje. Me veía atrapada en Glasgow por un tiempo largo. Me entró desesperación, nervios e impotencia. No sabía cuándo podría volver a casa. Me derrumbé.

Después de tranquilizarme, me puse de nuevo en busca de una solución. El vuelo que había el sábado a Madrid ya estaba lleno. Menos mal que había otro vuelo el domingo en el que aún quedaban plazas. Aunque tenía miedo a que ese vuelo se cancelara también. Pensé durante unos minutos si debería coger ese vuelo o intentar ir a otra ciudad en tren o bus desde la que hubiese vuelos a Madrid antes del domingo. Al final pensé que lo mejor sería quedarme en Glasgow ya que muchas carreteras estaban cortadas y los trenes no funcionaban con normalidad.

Llamé más de 20 veces a Ryanair. Finalmente me cogieron el teléfono y reservé un billete en el vuelo de Glasgow a Madrid del domingo a las 6h de la mañana. Volví a reservar un par de noches en el albergue, ya que la última noche decidí que lo mejor sería pasarla en el aeropuerto. De vuelta al albergue pasé por un Tesco para comprar comida para los próximos días.

En el metro, de camino al albergue de nuevo, con mi maleta y mi bolsa llena de comida viví un momento de aceptación. Tenía cosas que hacer en casa, dar clases de inglés y presentar mi trabajo final de master… Para tranquilizarme siempre me digo lo mismo a mí misma: «Sofía, ¿tu problema tiene solución? Si es así, resuelve el problema. Si la respuesta es no, ¿de que sirve preocuparse?».

Tuve que asimilar la situación, no había nada que pudiese hacer, solo esperar hasta el domingo. Eso sí, tenía una cosa muy clara: Iba a aprovechar la ocasión al máximo. Sé que todo pasa por un motivo, y el destino tenía guardado esto para mí para que aprendiera o me diera cuenta de cosas que quizá había olvidado.

«Next stop: Kelvinbridge». Otra vez me tocaba ir desde el metro hasta el albergue, arrastrando mi maleta por las rampas llenas de nieve y hielo. No paraba de nevar y el viento hacía que los copos chocaran con fuerza contra mi cara. Tenía que parar cada pocos minutos porque me cansaba muchísimo. Un coche se paró a mi lado para ofrecerme ayuda, pero les dije que estaba bien, que no estaba muy lejos de mi destino. Por esto y otras experiencias, puedo decir que la gente de Glasgow es especialmente amable.

Ahí estaba, frente al albergue, lista para hacer el check-in por tercera vez. Las recepcionistas se lamentaron al verme. Pedí que me pusieran en la misma habitación ya que quería estar con las amigas que hice, y tras mover a varias personas, me volvieron a hacer hueco en la habitación 311. Esa noche fue la más especial del viaje.

Nos reunimos todas en la cocina y preparamos un arroz con verduras para cenar juntas. Ahí estábamos las 6 sentadas, cada una de un país, cada una con una historia, sin conocernos de nada, pero compartiendo muchas risas. Después de esto cada una seguiríamos con nuestra vida y posiblemente nunca nos volveríamos a ver, pero durante esa cena fuimos una familia. Qué bonitas pueden ser las relaciones humanas.

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De izquierda a derecha: Anika (Bélgica), Vanessa (Alemania), yo, Denise (Austria), Céline (Francia), Sabrina (Brasil). Como podéis ver, éramos un grupo muy internacional.

¿Y ahora qué hago hasta el domingo?

Mucha gente me escribió para animarme a ir a Edimburgo o a algún otro sitio, pero de verdad que no podía, las carreteras y trenes aún no funcionaban con normalidad. Era asumir un riesgo innecesario. Además, no tenía problema en seguir explorando Glasgow; y eso fue lo que hice. El viernes decidí pasear desde el albergue hasta el centro de la ciudad, con cámara de fotos en mano, por supuesto.

Algo curioso que me pasó fue que de camino al centro, me encontré con los dos chicos españoles que había conocido en el parque. Se sorprendieron al verme o al menos eso pareció cuando me dijeron «¿Pero qué haces aún por aquíiii!!!?» Fueron muy amables conmigo y, tras apuntarme el número de teléfono del que estaba estudiando en Glasgow, me dijeron que si tenía más problemas no dudara en ponerme en contacto con ellos. Me reconfortó mucho pensar que aunque viajara sola, en realidad no estaba tan sola. Paseé, merendé un brownie y volví al albergue.

El sábado fue más de lo mismo. Me acerqué al centro de nuevo y seguí paseando por la ciudad. ¿Se nota que me encanta pasear cuando viajo, no? 😉 También volví a acercarme a la Necrópolis de Glasgow, ya que cuando la visité el primer día me gustó mucho y no quería perdérmela cubierta con un manto de nieve. Hice muy bien en volver. Estaba preciosa. ¿Podéis adivinar qué hice después de visitar la Necrópolis? Sí, seguir paseando… Ah, y también fui a una cafetería para entrar un poco en calor y zamparme una tartita de zanahoria. Tras ello, caminé de vuelta hasta el albergue.

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Fui a la sala común y ahí me senté junto a Gordon, un escocés de 66 años cuya barba estaba teñida de color azul intenso. Aún no os había mencionado este señor pero no era la primera vez que conversábamos. Vivía en Inglaterra pero estaba en Glasgow para visitar a unos amigos. Era un hombre soltero y sin hijos, solitario y orgulloso de serlo. Me contó que de joven preparó un viaje con unos amigos. Al final terminaron todos rajándose y desde ese momento decidió que no dependería en nadie más que en sí mismo para ningún plan. Ha viajado solo por todo el mundo.

También me contó cómo en la década de los 70 bajó por los Campos Elíseos con un tanque de la Segunda Guerra Mundial y cómo al llegar a una plaza, salió del tanque a saludar a la gente que se asomaba desde los diferentes edificios. Me decía con la ilusión característica de un niño pequeño: «There were one thousand people waving at me!!! One thousand!!! Waving at me!!!» Yo no podía parar de reírme. Tras nuestra última charla, me despedí de él, de Deborah y de Céline, la última chica que quedaba del grupo que formamos.

Sobre las 23h del sábado llegué al aeropuerto. Estaba bastante segura de que no tendría ningún problema con mi vuelo del domingo, ya que parecía que todo estaba volviendo a la normalidad, y así fue. El domingo sobre las 10h de la mañana ya estaba en Barajas. Me dio pena despedirme de la aventura, pero por otro lado, tenía ganas de volver a casa.

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Glasgow, Escocia

Viaje a Glasgow: Mis pensamientos

Deborah, la mujer inglesa, me dijo durante una de nuestras conversaciones que lo que había pasado era un milagro. Yo me reía un poco cuando escuchaba esa palabra… «Sí, bueno, ¡vaya milagro!», me decía a mí misma en la cabeza. Pero sus palabras me hicieron reflexionar sobre todo lo que estaba pasando. Era la mayor nevada que había caído en Glasgow en 20 años; y justo yo estaba ahí. Tiempo y espacio hicieron que yo fuera testigo de este acontecimiento. ¿Tuve buena o mala suerte? Algunos pensaréis que fue mala y otro estaréis de acuerdo conmigo en que tuve buena suerte, muy buena suerte.

Toda esta aventura fue una prueba más para demostrarme a mí misma que la actitud es clave en esta vida. Los problemas e inconvenientes siempre van a estar ahí, es imposible hacerlos desaparecer, pero lo importante es nuestra posición ante ellos. Supe aceptar la situación. Pensaba: «Podría haber sido peor. Al menos no he perdido mi cartera o se me ha roto el móvil».

Es increíble cómo cambia todo cuando miras el asunto desde un punto de vista diferente. Dejé de pensar que lo que estaba pasando era algo negativo para abrir paso a la idea de que era una oportunidad genial para aprender y crecer como persona, y para vivir una aventura única.

Soy una enamorada de viajar. Creo que eso ya lo sabíais todos. Este viaje me sirvió para volverme a enamorar locamente de lo que significa viajar. Mi escapada de dos días se convirtió en toda una aventura llena de incertidumbre, de personas que nunca olvidaré y de momentos únicos. Viajar es esto y mucho más. Es curioso cómo te vas siendo tú pero vuelves siendo una persona nueva. Fue solo una semana pero gracias a todo lo que viví y aprendí, tengo la sensación de que pasé en Glasgow mucho más tiempo.

El objetivo de este viaje siempre fue vivir la experiencia de conocer una ciudad nueva yo sola. Había viajado en solitario anteriormente, pero para trabajar o estudiar en otro país, no con fines turísticos. Después de todo lo vivido reconozco que me ha gustado mucho la experiencia. Me gustaba mucho salir a la ciudad yo sola pero también era muy placentero volver al albergue y poder charlar y pasar tiempo con otras personas. Si no hubiese sido así, creo que hubiese sentido demasiada soledad. Aprovecho para animar a aquellas personas que hayan pensado en viajar en solitario pero que aún no se hayan atrevido, a que lo hagan. Es algo maravilloso.

Si hay algo que no puedo negar, es que Glasgow ha conseguido un hueco muy especial en mi corazón. Nunca olvidaré todas las emociones que sentí en ella y las diferentes personas que conocí durante mi aventura, ya que cada una de ellas me aportaron algo. Glasgow, qué bonita historia la tuya y la mía. Glasgow, nos volveremos a ver, lo sé.

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Sofía Pozuelo

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10 comentarios

  1. Desde luego es un viaje de esos que marcan y que se recuerdan toda la vida… Afortunadamente, a pesar de todas las dificultades que tuviste, todo salió bien. Eres muy valiente, no sé si yo hubiera encajado las cosas tan bien como tú 😉
    ¡Besotes!

    1. Hola Alize!!! Sí, este viaje se ha ganado un hueco muy grande en mi memoria y mi corazón!!! Seguro que también hubieses sabido reaccionar bien!! 😉

    1. Sí, Vero!!! Fue una experiencia increíble!! Qué ganas tengo de seguir escribiendo de esta ciudad 🙂

  2. Vaya aventura, me has emocionado. Tengo a Glasgow en mi lista de destinos de este año, cada vez tengo más ganas.

    1. Hola, Isabel!! La verdad es que viví una aventura muy bonita. Cogí tanto cariño a la ciudad! Qué bien! A ver si terminas yendo! Dentro de poco publicaré más posts de la ciudad!:) Un abrazo y gracias por dejarme un comentario!

  3. ????estas historias son las que cuentan. Un besin desde Asturias Sofía

  4. ¡Hola! me fascinó el relato de tu aventura, yo en este año espero ir a Londres y Escocia, me emociona saber que efectivamente la vida nos muestra en un pequeño lapso de tiempo como un viaje, que todas las contrariedades que enfrentas son bendiciones disfrazadas! Saludos desde México 🙂

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